28 septiembre 2006

Nobel vs. Oscar


-Así que escribe usted, señor Faulkner.

-Sí, señor Gable, ¿Y usted a qué se dedica?

Este es el diálogo que supuestamente tuvo lugar entre el escritor y premio Nobel de Literatura William Faulkner y Clark Gable -¿tengo que explicaros quién es ése?- cuando se conocieron en la meca del cine allá por la década de los treinta.

Faulkner había llegado a Hollywood en 1932 contratado por la MGM para dar mayor lustre a su departamento de guiones.
A Irving Thalber, productor prodigio de la Metro, hombre brillante, culto y de olfato infalible -para el negocio del celuloide-, se le había metido en la cabeza -y no era el único- que para hacer películas de calidad necesitaba historias de calidad, y para ello, lo lógico y obvio era conseguir escritores de calidad, si ya estaban consagrados, mejor que mejor, si además de venderles los derechos de sus obras se iban para allá y les escribían unos guioncillos, pues miel sobre hojuelas.

Y como tanto Thalberg como Warner, Cohn, Goldwin, Zanuck… -insértese nombre de productor favorito- podían permitirse tirar de chequera, empezaron a importar escritores de renombre; y allá que se fueron Scott Fitzgerald, Aldous Huxley, Raymond Chandler, John Steinbeck -por citar a algunos- y, por supuesto, William Faulkner, convencidos todos ellos de que si podían parir novelas como “El Gran Gatsby”, “Un mundo feliz”, “El sueño eterno”, “Las Uvas de la ira” o “El Ruido y la Furia”, fácilmente podrían escribir un guioncillo de cine y, de paso, engordar una cuenta bancaria que, por lo general, andaba en números rojos por culpa de extensas cargas familiares, recientes fracasos editoriales y/o el abuso sistemático de sustancias etílicas/opiáceas.

Faulkner, como decía, llegó a Hollywood en 1932. Primera incursión y primer fracaso: No le gustaba el sistema de trabajo, no se acostumbraba al formato del guión, no le interesaba un pimiento lo que estaba haciendo y estaba convencido de no merecerse los aproximadamente 6000 dólares que se llevó calentitos.

Lo cierto es que, al igual que ocurriera con Scott Fitzgerald y, en cierta medida, con Raymond Chandler, Faulkner nunca llegó a adaptarse a Hollywood y si regresó en dos ocasiones más a trabajar bajo contrato de los estudios -la Fox y la Warner-, fue únicamente y exclusivamente por razones pecuniarias... por eso y porque su gran amigo Howard Hawks, le convenció y se encargó de convencer a los productores de turno.

Hawks fue también el responsable de ese notorio encuentro entre el escritor y Clark Gable -íntimo amigo del director- y el encargado de que la anécdota pasara a la posteridad.

Faulkner nunca llegó a sentirse cómodo trabajando como guionista, el formato se le quedaba pequeño. Sin embargo, parece que no se le daba mal del todo el trabajo de “doctor de guiones” y si aparece acreditado en bastantes producciones, fue por esta labor y no por desarrollar un guión desde la faceta de sinopsis hasta el versión final.

Con esa habilidad para “arreglar” guiones contaba Howard Hawks cuando le llamó en 1944 y le pidió que le echara un cable con el proyecto en el que estaba trabajando. Se trataba de una adaptación literaria, pero la primera versión del guión, escrita por Jules Furthman, no terminaba de cuajar y Hawks estaba particularmente interesado en que el guión quedara perfecto porque había hecho una apuesta con el autor del relato original.

Hawks era bastante dado a las bravuconerías y un día, de farra con un amigo suyo -escritor de éxito que despreciaba abiertamente el mundo del cine- le apostó que era capaz de adaptar y convertir en grandísima película la peor historia que hubiese escrito jamás su amigo. Éste entonces le lanzó una novela corta que había publicado poco antes con un críptico: A ver lo que haces con esto.

“Esto” era Tener y no tener, su autor: Ernest Hemingway. La película resultó todo un éxito, tal y como vaticinara Hawks, y pasó a la historia del cine por dos motivos principales: por ser la película que lanzó a Lauren Bacall a la fama -y a los brazos en la vida real de Humphrey Bogart- y por ser la única película, hasta la fecha, basada en una novela de un premio Nobel y escrita para la pantalla por otro premio Nobel.

Hawks volvió a contar con los servicios de Faulkner como guionista en 1946.
No sabemos cómo ni por qué, pero haciendo uso de esa labia que le caracterizaba, convenció a Jack Warner de que Faulkner era la persona ideal para realizar la adaptación del que sería su siguiente proyecto: El sueño eterno.

El sueño eterno era la primera novela (publicada) de Raymond Chandler, y era, en cuanto a trama, el lío padre. La broma que circulaba por el mundillo era que antes de la adaptación cinematográfica, sólo Dios y Chandler sabían de qué iba la historia, pero una vez terminada, ni Dios era capaz de explicarla. Aquellos que hayáis visto la película sabréis a lo que me refiero.

El caso es que Faulkner, poco aficionado al sistema de trabajo de los estudios, demasiado aficionado a la botella y desesperado porque no le encontraba ni pies ni cabeza a esa novelilla que tenía que adaptar, se plantó un día en el despacho de Jack Warner y le pidió permiso para poder salir de la oficina y seguir trabajando en casa.
Warner, que había puesto a su disposición un despacho suntuoso y a dos bellas secretarias, trató de convencerle:

- Pero, hombre, con lo bien que vas a estar aquí, mira que no te vamos a presionar... Cómo gastes el tiempo y te distribuyas el trabajo es cosa tuya…

- Sí, sí, pero es que yo trabajo mejor en casa.

De modo que a Warner no le quedó más remedio que claudicar. Al cabo de un par de semanas, con motivo de alguna consulta sobre el guión, pidió a uno de sus ayudantes, que le llamara.

- Es que está trabajando en casa, Señor Warner.

- Ya, ya sé que está trabajando en casa, fui yo quien le autorizó a trabajar en casa, haga el favor de coger el teléfono y llamarle, porque quiero hablar con él inmediatamente.

- Es que… va a tener que esperar un poco, como es una llamada a larga distancia…

- ¿Cómo que una llamada a larga distancia?

- Sí, señor Warner. El señor Faulkner está trabajando en casa… en Oxford, Mississippi.

Real como la vida misma, o eso dice el propio Warner es sus memorias, aunque ¿Quién puede fiarse de un señor que llamaba a los guionistas "schmucks con Underwoods"?.

N. del A.:
Schmuck: capullo
Underwood: Marca de máquinas de escribir utilizada comunmente por los guionistas de Hollywood.

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8 Comments:

Blogger CHIC-HANDSOME said...

life just a good

11:12 a. m.  
Blogger IVAN REGUERA said...

Great. ¿Y si lo reeditamos en Periodista Digital?

12:56 p. m.  
Blogger fridwulfa said...

Por mí queda... ¡quéda!

1:21 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

Lo que hemos adelantado de aquellos tiempos a esta parte con el invento que descubrió el ejercito americano denominado "internés". Ya podemos trabajar en casa, si nos dejan, sin perjuicio de los mensajeros. Por cierto, otro paralelismo que podemos encontrar en nuestra piel de toro es la colaboración, por ejemplo, de Miguel Miura en "¡Bienvenido, Mr. Marshall!".
Muchyas gracias por la historia. Los entresijos de Hollywood son fascinantes

6:22 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

Cuando Faulkner viajó a los Estados Unidos dispuesto a escribir guiones para cine, dos hechos le produjeron fuerte impacto. El primero fue la imponencia de los estudios de Hollywood. Llamado para triunfar, Faulkner fue directamente a la productora más importante de todas: intentaba entrar por la puerta grande. La puerta grande estaba cerrada... y ese fue el segundo impacto.

;-)

6:31 p. m.  
Blogger fridwulfa said...

Jejejeje.

6:40 p. m.  
Blogger anilmanchego said...

Me ha gustado mucho el blog, lo recomendaré, está bien escrito y curradete, y habla de cine de una manera amena y entretenida.

Me gusta, me gusta

2:55 p. m.  
Blogger fridwulfa said...

Me sonrojas, anilmanchego.

4:59 p. m.  

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