29 enero 2007

Su retrato en los periódicos


Es una verdad reconocida universalmente (que diría Jane Austen) que las carreras de los más exitosos actores de cine suelen ser, en muchas ocasiones, producto de las más absolutas casualidades. Muchos de los que hoy consideramos “clásicos” o “grandísimas estrellas” de la gran pantalla deben su éxito y sus carreras a golpes de suerte de lo más inesperado y muchos de ellos estuvieron, en algún momento, más cerca del fracaso y el olvido más absoluto que del estrellato internacional. Os voy a poner un ejemplo:

En 1915, D, W, Griffith, productor, director de cine y autor de magnas obras como “El nacimiento de una nación” o “Intolerancia”, contrató a un veterano y reputado actor, autor y director de teatro llamado John Emerson. Griffith siempre había considerado el cine como un arte menor, comparado con el teatro, y cuando Emerson le comentó que estaba interesado en probar suerte como director de cine, a Griffith le faltó tiempo para firmar el contrato.

Tras un primer periodo de familiarización con las técnicas cinematográficas y tras rodar dos películas, Emerson comenzó a bucear entre el material que producía el departamento de guiones en busca de el vehículo adecuado para su siguiente proyecto.

Entre las decenas de historietas y sinopsis que revisó, encontró una “Su retrato en los periódicos”, que le llamó particularmente la atención.

La historia era una sátira de la alta sociedad de Pasadera escrita con un sentido del humor muy particular y que encantó a Emerson. Griffith, sin embargo, no compartió su entusiasmo, la historia era divertida, sí, de hecho él la había comprado porque le hacía gracia, pero su comicidad residía en diálogos y descripciones y eso era imposible de transmitir en pantalla. (Al cine sonoro aún le quedaban 15 años para llegar)

-“Bueno, pondremos intertítulos para que la gente pueda leer los diálogos”

- “La gente no va al cine a leer” fue la respuesta de Griffith.

Sin embargo Emerson se empeñó y, tras mucho insistir, consiguió que Griffith diera luz verde al proyecto. Emerson quería como protagonista a un joven y apuesto actor de Broadway que estaba en ese momento bajo contrato en los estudios de Griffith y que, hasta el momento, no había causado gran impresión, no a su jefe ni al público en general.

- “Está bien, accedió Griffith, pero tendrás que terminar la película antes de que acabe su contrato, porque no vamos a renovarle.

Griffith se marchó a filmar Intolerancia y Emerson comenzó a trabajar con entusiasmo en la que sería su primera comedia. Llamó al misterioso A. Loos, autor de la sinopsis y descubrió con sorpresa que no se trataba de un veterano guionista, si no de una minúscula veinteañera de nombre Anita, con un gran talento para comedia más mordaz. Juntos escribieron un buen puñado de diálogos cómicos con los que subtitular la película y Emerson rodó la cinta con aquel joven actor que, a pesar de tener ya un pie en el tren de vuelta a Nueva York, estuvo más que encantado de incorporar a la cinta multitud de payasadas de su propia cosecha.

El resultado final, sin embargo, no impresionó ni lo más mínimo a Griffith.

- “No, esto no funciona, sentenció tras leer la larga retahíla de subtítulos que acompañaban a la película, tendremos que archivarla”.

Pero cuando el destino ha decidido que alguien se convierta en una superestrella de calibre mundial, ni el productor más influyente del mundo puede hacer nada por evitarlo. El departamento de envíos del estudio ya había mandado una copia de “Su retrato en los periódicos” a la distribuidora de Nueva York y, de nuevo cosas del destino, un error en la distribuidora hizo que el Roxy Movie Palace de Nueva York se quedara sin la película de estreno que tenía contratada, una cinta protagonizada por el entonces famosísimo Eddie Dillon.

Ante la perspectiva de no proyectar nada o arriesgarse con una película protagonizada por un completo desconocido, el gerente, Mr. Rothapel, optó por programar la cinta de Emerson, ésa misma que Griffith quería archivar.

- “No nos ha llegado la cinta de Dillon, avisó al público, mientras la esperamos, vamos a sustituirla por una comedia llamada “Su retrato en los periódicos”.

Comenzó la película, primer subtítulo: primera carcajada general, a medida que avanzaba la película arreciaban las risas. A mitad de proyección llegó por fin la lata con el film que esperaba Rothapel y se interrumpió la proyección.

- “Ha llegado la película que esperábamos ¿Queréis que quite ésta?”

Pero para entonces, tanto la historia con sus largos subtítulos, como su apuesto protagonista se habían metido al público en el bolsillo y nadie se acordaba ya de Eddie Dillon.

Al día siguiente la crítica del New York Times proclamaba: “La sátira ha llegado a la pantalla, el cine empieza a salir de la infancia”.

La película fue un éxito absoluto, Griffith reconoció su error y encargó a Anita Loos toda una serie de larguísimos subtítulos para “Intolerancia”, renovó el contrato del joven actor y designó a Emerson como único director encargado de sus películas.

Con semejante éxito a sus espaldas, el talento de su nuevo director y su nueva guionista (que se casarían poco después), su propio talento y, sobre todo, su impresionante físico, nuestro protagonista se convirtió, de la noche a la mañana, en la nueva estrella cómica y, poco después, el rey indiscutible del cine de aventuras, se casó con la novia de América, la dulce Mary Pickford, creó junto a la propia Pickford, Griffith y Charlie Chaplin la United Artists, fue miembro fundador de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas y su primer y flamante presidente. Y, al contrario que en el caso de Eddie Dillon, aquel famosísimo actor al que sustituyó un día en el Roíz Movie Palace de Nueva York, su nombre todavía se recuerda hoy como un clásico entre los clásicos: ¿Quién no ha oído hablar de Douglas Fairbanks?

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15 enero 2007

Pasarela Hollywood



El reciente estreno de “The Queen”, la película de Stephen Frears protagonizada por Helen Mirren, ha supuesto fabulosas críticas, premios y nominaciones a sus creadores y protagonistas y un inesperado pero no tan sorprendente resurgir de las chaquetas Barbour.

Al parecer cientos de clientes se han acercado a las diferentes tiendas de la marca, pidiendo “esa chaqueta que lleva Helen Mirren en The Queen”. Esa misma chaqueta la usa la verdadera reina de Inglaterra desde hace años, pero ha tenido que aparecer en pantalla en una superproducción de éxito para que saltara al top ten de las páginas de moda. Cosas de las películas.

Y es que, lo queramos o no, el cine y la moda van unidos de manera irremediable. Y ha sido así desde el principio. Primero fueron los rubios tirabuzones de Mary Pickford, la novia de América, los que impusieron su tiranía de tenacillas y rizadores, para, a continuación, ser sustituidos por la melenita oscura a lo garçon de Clara Bow, la chica It. Katharine Hepburn fue famosa, y bastante criticada, por implantar entre las mujeres el uso de pantalones de caballero y la cabellera platino de Jane Harlow multiplicó la venta de agua oxigenada durante años.

La ropa que llevan los actores y sus peinados, sin embargo, han tenido en ocasiones repercusiones sorprendentes y nada beneficiosas. En 1934, Clark Gable protagonizó una película llamada “Sucedió una noche” que ha pasado a la historia del cine por ser el primer film en ganar cincos Oscars en las cinco principales categorías: Película, Director, Mejor Actriz, Mejor Actor y Mejor Guión.
En su escena más famosa, Clark Gable se desnuda (de cintura para arriba) frente a la cámara preparándose para irse a la cama mientras no deja de decir sandeces para picar a su partenaire femenina, Claudette Colbert.
El rodaje de tan memorable momento resultó ser, cuanto menos, problemático porque, tras quitarse la camisa y llegado el momento de deshacerse de la camiseta interior, Gable era incapaz de seguir adelante con su parlamento cómico y la escena quedaba demasiado larga. El director, Frank Capra, siempre resolutivo él, optó por deshacerse de la camiseta y acortar así el strip-tease. Cuando la película llegó a las pantallas, miles de espectadores pudieron ver a Clark Gable quitándose la camisa para mostrar su pecho desnudo y como consecuencia, la venta de camisetas interiores descendió hasta el punto de que varios fabricantes de dicha prenda se plantearon la posibilidad de demandar a la Columbia, productora de la cinta, por daños y perjuicios.

La demanda no llegó a mayores y los fabricantes de camisetas interiores obtuvieron su revancha cuando años más tarde, en 1951, las ventas se dispararon de nuevo tras la interpretación de Marlon Brando en Un tranvía llamado deseo. Su personaje mostraba cacha y magnetismo animal embutido en una camiseta interior zarrapastrosa que no dejaba ni un solo músculo a la imaginación de los espectadores.

Otra de esas consecuencias inesperadas de la moda marcada por el celuloide vino de la mano de la rubia Veronica Lake. Icono sexual de los años 40, Lake era famosa por llevar su larga melena rubia sobre la cara de tal manera que su ojo derecho y gran parte del rostro quedaban ocultos tras una cortina de pelo. Ni que decir tiene que el peinado fue pronto uno de los más demandados en las peluquerías del país, pero durante la Segunda Guerra Mundial se convirtió en un auténtico problema de seguridad nacional cuando miles de mujeres que trabajaban en las fábricas de armamento empezaron a tener todo tipo de accidentes laborales, trabajar con un ojo tapado no es muy recomendable cuando estás manipulando maquinaria pesada, y si además se te engancha el pelo cada dos por tres, la cosa adquiere tintes realmente peligrosos. El asunto llegó a tal extremo que la propia industria armamentística le dio un toque a los señores de Hollywood y a Verónica Lake no le quedó otra que protagonizar un noticiario de la Paramount en el que se la veía recogiéndose el pelo tras sufrir un “enganchón” del flequillo en una prensa mecánica.

Cosas del cine, como decía. Que los actores marcan moda, nadie puede negarlo, ahora bien, que marquen la moda que ellos o los productores o, principalmente, los patrocinadores pretenden… es harina de otro costal.

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